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Es mi primer libro. Aunque llevo una carrera periodística de 28 años, en esta faceta soy un bisoño escritor. Y para completar, comencé la redacción de este libro por el que, en un momento dado, era el último capítulo, que terminó siendo el penúltimo. Parece una locura, pero todo tiene su por qué.

La historia moderna de mi Puerto Rico muy bien se escribe antes y después del 20 de septiembre del 2017…ese miércoles cuando el huracán María, al entrar por Yabucoa, pueblo al sureste de la isla, se lanzó sobre la Isla del Cordero, y se ciñó de cada metro de tierra, dejando tras su flagelo de más de 24 horas escenas inenarrables. La isla quedaba desnuda, avergonzada, moribunda.

Entró en categoría 4, con vientos sostenidos de 155 millas por hora, a una milla de la máxima categoría en la escala Saffir- Simpson. Pero sin duda, la evidencia dejó diáfanamente establecido que su nefasta contribución fue la de un monstruo categoría 5. En el puerto de Yabucoa se registró una ráfaga de 175 millas por hora y en el Campamento Santiago, en Salinas, una de 190, según informes. La precipitación, en un período de 36 horas, fue desde unas 6 pulgadas mínimo en unos puntos costeros de Aguadilla en el oeste y otros como Fajardo en el este, hasta 37.9 en la región del Bosque Carite, en el área del municipio de Cayey. En el interior de la isla la acumulación de lluvia fue entre 25 a 30 pulgadas. Unos 13 ríos alcanzaron niveles récords de inundación. Más datos sobre toda la catástrofe nacional son expuestos en el segundo capítulo.

A los dos días del azote inmisericorde, comencé una cobertura junto al equipo de noticias de WORA TV en Mayagüez. Era el editor y ancla de la sección de Deportes del noticiario, pero si con algo María arrasó fue precisamente con todo lo relacionado al mundo deportivo. Estadios sin techo, torres de alumbrado en el piso, coliseos inundados, torneos cancelados… Así que ante la falta de cobertura deportiva, me uní de lleno al equipo de noticias, dirigido por Carolina Rodríguez Plaza e integrado por 11 excelentes profesionales. La cobertura fue extensa, agotadora, emocionalmente estremecedora, durante el primer mes. Fue un promedio de 12 horas diarias, en un Puerto Rico a oscuras.

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